Era un discípulo honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un anochecer, cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta casita de un yogui y llamó a la puerta.
-¿Quién es? -preguntó el yogui.
-Soy yo, respetado maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.
-No estás lo suficientemente maduro -replicó el yogui sin abrir la puerta-. Retírate un año a una cueva y medita. Medita sin descanso. Luego, regresa y te daré instrucción.
Al principio el discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo de su vida. Así que obedeció al yogui.
Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser.
Sobrevinieron las lluvias del monzón. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la casita del maestro. Llamó a la puerta.
-¿Quién es? -preguntó el yogui.
-Soy tú -repuso el discípulo.
-Si es así -dijo el yogui-, entra. No había lugar en esta casa para dos yoes.
Namasté.
(Anónimo)
4 comentarios:
Curioso relato... Está muy bie Edda... ´Cuando el discípulo está preparado... aparece el maestro.
15 marzo, 2010 00:47Todo tiene su momento de ser.
Gracias... y ¡Feliz semana!
¡Un fuerte Abrazo!
Nada que añadir querida Carmen, todo viene cuando tiene que venir, ni antes ni después.
15 marzo, 2010 11:58Gracias a ti.
Que pases una buena semana.
Besets.
hermoso relato!!!!!
15 marzo, 2010 21:28me gusot muchisisimo
besos y abrazos :o)
Muchas gracias Blanca y bienvenida, estás en tu casa.
16 marzo, 2010 10:01Un abrazo.
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Gracias por tus palabras, siempre son bienvenidas.
Recibe mi abrazo más luminoso.
Nota: Siento añadir verificación de palabra, tema spams.